Un poder que aburre: la hegemonía brasileña se volvió una costumbre

Un poder que aburre: la hegemonía brasileña se volvió una costumbre

Hace tiempo que las copas del continente hablan portugués. En la última década, y especialmente desde 2017, el fútbol brasileño consolidó una hegemonía pocas veces vista en la historia de la Libertadores y la Sudamericana. Las últimas siete ediciones del máximo torneo continental terminarán con campeones brasileños. Y lo decimos en futuro porque la próxima, que se definirá el 29 de noviembre, tendrá a Flamengo y Palmeiras en la final de Lima. El sueño de Racing de viajar allí estuvo cerca, pero se rompió el último miércoles.

Solo dos veces en ese tiempo equipos argentinos lograron jugar una final: River en 2019 (que perdió la final con Flamengo) y Boca en 2023 (que perdió la final con Fluminense). El resto fue una sucesión de celebraciones en verdeamarelo.

El dato no sorprende si se mira el mapa actual del fútbol regional. Flamengo, Palmeiras, Fluminense y Atlético Mineiro se reparten títulos, finales y semifinales como si el torneo se jugara en una única liga extendida. En 2021, la Libertadores tuvo final brasileña entre Palmeiras y Flamengo. En 2022, se repitió la historia: Flamengo campeón ante Athletico Paranaense. En 2024, Botafogo y Atlético Mineiro protagonizaron otro duelo entre compatriotas. En el medio, la Sudamericana también tuvo protagonismo brasileño, aunque más dosificado porque en los últimos años la ganaron Racing, Liga de Quito e Independiente del Valle. Y los tres se la ganaron a equipos de Brasil: Cruzeiro, Fortaleza y San Pablo, respectivamente.

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La hegemonía brasileña tiene, claro está, un sustento económico. Los clubes cuentan hoy con presupuestos que duplican o triplican los de sus pares argentinos, uruguayos o chilenos. En 2024, Flamengo tuvo un presupuesto cercano a los 200 millones de dólares, mientras que River, el más poderoso de Argentina, no superó los 70. La diferencia se nota en todo: en la calidad de los planteles, en la infraestructura, en la capacidad de retener futbolistas y hasta en los cuerpos técnicos. Mientras los clubes argentinos venden a sus figuras cada seis meses para sostener la economía, los brasileños repatrian a jugadores de Europa –como Jorginho este año, o Marcelo en el pasado– para reforzar equipos ya competitivos.

“Es difícil competir cuando el rival tiene tres planteles de nivel internacional”, reconocía Marcelo Gallardo tras caer ante Palmeiras en 2020. Esa frase sigue vigente.

“Desde 2019, siempre llega un brasileño a la final. Para mí es el poder económico, sin dudas. Mejores jugadores, más posibilidades de disputar los títulos”, dijo el miércoles en el Cilindro de Avellaneda Filipe Luís, el entrenador del Flamengo, finalista. Luís explicó que la capacidad financiera de los equipos de Brasil les permite competir con ofertas de Europa y retener a jugadores que, en otros contextos, habrían emigrado. “Tenemos jugadores aquí que tenían ofertas con más dinero de clubes europeos, y el Flamengo logró igualar”, detalló. No obstante, advirtió que el poderío económico no garantiza el éxito en el campo, donde “todos son muy buenos, 11 contra 11”. La paridad entre Racing y Flamengo en las semifinales lo demostró.

Este año, Argentina, históricamente dueña del torneo, será igualada en cantidad de Libertadores por Brasil. Tendrá 25 cada país.

Boca y River, los únicos que lograron infiltrarse en finales recientes, resistieron más por historia y mística que por poderío. En el medio, clubes legendarios y ganadores como Independiente quedaron muy lejos de la pelea grande.

La diferencia no está solo en el dinero, sino en la planificación. Palmeiras, por ejemplo, tiene un proyecto deportivo que lleva casi una década bajo la misma estructura técnica y gerencial. Flamengo y Fluminense siguen modelos similares. En Argentina, en cambio, son pocos los clubes guiados por un proyecto institucional y deportivo. Acaso Lanús sea una excepción a esa regla.

Lo que antes era un clásico continental hoy es un campeonato brasileño ampliado. En ese contexto, el resto del continente mira desde afuera, intentando encontrar una grieta en un sistema que parece blindado.

El desafío para los equipos argentinos es doble: recuperar competitividad deportiva –¿se puede con un torneo de 30 equipos, muy distinto en cuanto a esquema que el Brasileirao y todos los demás?– y sostener una identidad que no dependa del resultado. Porque si algo enseñó este ciclo brasileño es que la hegemonía no se improvisa. Se construye con planificación, inversión y continuidad. Y mucha, mucha plata.