Ha pasado por momentos difíciles Marcelo Gallardo como entrenador de River en todo este tiempo, incluso por alguno que se interrumpió en un superclásico, pero ninguno como este. La derrota como local contra Gimnasia, que estableció un récord negativo inédito en la historia de caídas consecutivas en el Monumental, le agregó varias toneladas y entonces más velocidad a la caída de este segundo ciclo del Muñeco hacia un abismo desconocido.
Tan desconocido que por estas horas el futuro del entrenador más ganador de todos los tiempos en el cargo está atravesado por la incertidumbre: un escenario que hasta hace no tantos días parecía imposible. Y no sólo eso, porque en la nueva Comisión Directiva que desde hoy lidera Stefano Di Carlo originalmente contaban con la idea de tener, a esta altura, ya anunciado el plan Gallardo 2029, asegurándole continuidad a MG hasta el final de la gestión con una oferta de renovación por cuatro años: todo se frenó en los últimos días.
En todo caso, las dudas parten del propio deté, que a principios de año se entusiasmaba con un regreso que proyectaba por “mucho tiempo”, pero que empezó a bajar su vuelo rápidamente y hoy se obliga a sí mismo a recalcular para ver cómo puede encontrarle la mano a un equipo al que ya hace rato no se le pide que juegue con la identidad de sus mejores creaciones sino que cuanto menos deje de pasar papelones deportivos como los que viene sumando en casa y que se clasifique a la próxima Libertadores, mucho menos un objetivo que una obligación, ahora seriamente comprometida.
Si los inolvidables River de Gallardo eran una extensión de la mente brillante del Muñeco, este también lo es: a un equipo que se ve perdido, un entrenador que se ve igual. El domingo, por caso, se notó con crudeza, con desconceptos de juego que se advirtieron mucho más como el resultado de apretar todos los botones del joystick para ver si sale algo que a lo que podemos llamar planificación.
Uno de los distintivos de MG siempre fue ver lo que casi nadie veía y hoy, dramáticamente al revés, el técnico parece no ver lo que todo el mundo sí. Por ejemplo, que si Borja, con toda su carga negativa, pateaba ese agónico penal lo iba a errar. O lo que es más grave: dice mucho que River siga, ya a punto de ingresar al 2026, dependiendo del colombiano, un delantero que hace demasiado tiempo demostró que no es el 9 indicado para el CARP y que salió en la foto central de todas las grandes decepciones. Eso, sin contar que la punta de lanza ayer fue un Maxi Salas que no juega naturalmente de eso, y mucho menos como un tanque al que tirarle decenas de centros altos ante GELP (que tal vez lo único rescatable que tenga como conjunto en 2025 es su índice de rechazos aéreos), como si el resto de los jugadores se autopercibieran compañeros de Marco van Basten.
Aunque lo más probable es que simplemente hayan sido respuestas mecánicas sin contexto, una especie de juego zombi, por inercia, sin ideas ni esfuerzos por tenerlas. Y con un banco de suplentes no menos paralizado, que no ofreció respuestas ni claridad y que hoy no parece llegarles a los jugadores sino más bien confundirlos con decisiones súbitas, algunas difíciles de entender como la de no insertarle a un equipo que tiraba centros como único recurso a un llegador como Galoppo. O poner y sacar a pibes que juegan mucho antes de lo que al Gallardo de la estatua le habría gustado y en un contexto que no los contiene. Otros síntomas, hasta desde el punto de vista energético, como dejar afuera de este momento a Enzo Pérez para que en su lugar jueguen Portillo y Castaño, dos símbolos de la tan quijotesca como onerosa búsqueda que hizo el club de volantes centrales en todos estos años entre el ex Talleres, el colombiano (al día de hoy, posiblemente uno de los peores refuerzos de la era moderna en la relación inversamente proporcional entre sus prestaciones y la inversión que se hizo por él), Kranevitter, Fonseca, Villagra y el regreso de esta versión gastada del propio EP.
En este escenario inédito, el superclásico en la Bombonera ya no será solo contra Boca sino principalmente contra el propio River. Un River que parece pedir a gritos que se termine el año. Que se ahoga. Un River que es como multiplicar por cero y que arrastra en ese proceso matemático tan simple a sus héroes y al propio Muñeco: el entrenador seguirá siendo ovacionado por todo lo que dio, pero nadie puede decir que el “que se vayan todos” que se escuchó en un sector del Monumental durante el 0-1 con Gimnasia no lo incluyó.
Ganarle al rival de toda la vida puede ser un envión, una barrida para pensar en positivo antes de encarar ese nuevo sub-torneo que arranca en los playoffs. Pero justamente este formato de competencia es el que también establece un pronóstico reservado: no salir campeón -y hoy ni el más optimista hincha de River cree que es candidato a dar la vuelta, aunque esto es fútbol argentino- implicará necesariamente que la imagen final de la temporada sea la de otra eliminación, otro cachetazo más en el derrotero de 2025.
¿Buscará revancha Gallardo con la venia de una dirigencia que por lo bajo promete bancarlo pero revisar el alcance estructural de su poder? ¿El desgaste lo puede llevar a anunciar su no renovación? ¿Dará una conferencia esta semana y se referirá al futuro? Todas preguntas que están en el aire y que hacen menos ruido que la que rebota entre los propios hinchas que lo aman para siempre, sobre si el técnico de todos ellos sigue siendo el que fue. ¿La leyenda continúa?











