Hubo una reunión, allá lejos en el tiempo, algo así como 10 días atrás (lo cual en este Mundo Boca es una eternidad), en la que Miguel Ángel Russo tomó una primera medida para intentar encauzar el papelón futbolístico que su equipo venía de hacer en el partido anterior en la cancha de Huracán.

Ya le había explotado un escándalo en el Ducó con el curioso cambio de Miguel Merentiel, cuando ese martes llegó el portazo de Marcos Rojo y compañía (al ser corridos por el DT de ese cónclave, en pos de quedarse a solas con aquellos que sí habían jugado el catastrófico partido), hecho que detonó la bomba que separó definitivamente del día a día a tres de los marginados del plantel.

Con esa maniobra, se iniciaban las dos semanas de trabajo de Boca en las que Russo intentaría acomodar el rumbo, según lo que se desprendió de una conferencia de prensa en la que llegó a pedirle perdón a los hinchas por el magro presente que llevó a 11 la cuenta de partidos sin victorias.

Esas semanas fueron justamente las que desembocarían en el clásico ante Racing de este sábado, el que parece llegar en un momento casi peor que el que inició el relato.

Es que a esta altura de los conflictos que se sucedieron en continuado en estos días, lo menos relevante del partido que puede definir mucho en la vida xeneize es tal vez el 11 elegido para salir a la cancha. Y ni siquiera el rival que tendrá enfrente parece llevarse las luces de la previa.

Sí, porque encima de todo Boca recibirá a un Racing empoderado como pocas veces en su arribo a la Bombonera. Con Maravilla Martínez otra vez entre los 11, con la cabeza dividida en grande, entre la Copa Libertadores y dar la talla en todos los frentes. Y con la motivación extra de poder darle un golpe letal a Boca, cuestión que no será ajena al morbo del partido. Morbo, claro, que se potenció con el cruce de vereda de Rojo a la Academia, algo así como un colmo que le pone un moño a los días que se viven entre Ezeiza y Brandsen 805.

Ya está claro que nada de lo que rodea al Xeneize es normal, pero la realidad transitada en lo que debiera haber sido un tiempo de reconstrucción es al menos llamativo. Más allá de la decisión que tomó el presidente Juan Román Riquelme al correr de la escena al Consejo de Fútbol y del desenlace de la novela del ex capitán, la sensación es que cada paso parece recrudecer la crisis y mostrar en carne viva todas sus heridas: desde la filtración de charlas internas hasta las insólitas declaraciones del secretario Ricardo Rosica intentando explicar lo inexplicable.

Y a la hora de salir a la cancha, restará descifrar cuánto de todo eso se habrá mantenido en una cápsula para los que salgan a la cancha y cuánto influirá negativamente a partir de la poca capacidad general para abstraer los ánimos en medio de la histórica racha de partidos sin triunfos.

Ninguno de los conflictos (ni Rojo, ni el futuro mánager, ni las divisiones en el plantel) serán más prioritarias para Russo jaqueado por los resultados y que necesita conseguir ganar para evitar la crisis terminal. Parece poca cosa, pero es mucho para esta realidad de Boca. El Boca post Rojo. Un Boca sin red.